Darío Amodei, CEO de Antropic’s, cuyo modelo Claude compite directamente con ChatGPT y Gemini, acaba de declarar que, en el futuro, la inteligencia artificial borrará la mitad de los empleos de “cuello blanco” y “eso elevará la tasa de desempleo de los Estados Unidos hacia el 10 o 20% en un período que va de 1 a 5 años”. En simultáneo, Sam Altman, CEO de OpenAI, planteó que la IA puede ser tan buena para curar enfermedades como usada para el mal. Y que el proceso es tan vertiginoso que eso genera tensiones porque los trabajos cambian más rápido de lo que la gente puede adaptarse. “El problema no es la IA, sino cómo los humanos la pueden incorporar”.
Por ello, generó controversia que la revista Time decidiera nombrar personaje de 2025 a “los arquitectos de la inteligencia artificial”. Incluye a varios líderes de la tecnología como Mark Zuckerberg (Meta), Elon Musk (Tesla, X, Grok, Neuralink y SpaceX), Sam Altman (OpenAI), Jensen Huang (Nvidia) y el propio Dario Amodei (Anthropic). Y aún más debate provocó que lo hubiera hecho replicando la mítica escena de Lunch atop a Skyscraper (“almuerzo en la cima del rascacielos”), que data de 1932.
Esa imagen en blanco y negro que es parte de la cultura occidental retrató a 11 trabajadores de la construcción sentados tranquilamente sobre una viga de acero que daba al vacío a 250 metros de altura, simbolizando la ambición y el riesgo de una sociedad neoyorquina, norteamericana e incluso occidental que se atrevía a los desafíos de construir el futuro. Ahora esa nueva construcción del futuro es, para Time y para tantos otros, la inteligencia artificial. La altura y la precariedad de sus hacedores, así como la ambición, el riesgo, la incertidumbre y el impacto global de su obra, serían análogas.
Obviamente las críticas, que no tardaron en brotar en las redes sociales, se concentraron en dos aspectos: el primero, que la IA no es una persona. El segundo, que esos hacedores en realidad estaban “destruyendo” en lugar de “construir”. Desde puestos de trabajo hasta quizá la propia condición humana. Para la primera de las críticas hay un antecedente que fue la precuela exacta de esta portada: en 1992 Time definió su personaje del año a la PC. Para la segunda, el final está abierto.
Así como la aceleración es el signo de los tiempos, la desmesura es el tono y el modo de la era. Una desmesura que se expresa tanto en la abundancia como, paradójicamente, también en la escasez, actual o potencial. Todo lo que ocurre y, sobre todo, lo que se prevé que ocurrirá en el futuro próximo luce voluminoso, excesivo, inconmensurable, tan abrumador que cuesta procesarlo.
Las mutaciones tienen la fisonomía de un tsunami. A muchos los entusiasma esa adrenalina. A otros les da pánico. Como dirían las generaciones más jóvenes, de pronto “todo es un montón”.
Si ya la transformación digital en la aceleración post shock 2020/2021 nos había insertado en un “mundo 4X”, habiendo pasado algunos años de la aparición masiva de la IA luego del lanzamiento de ChatGPT en noviembre de 2022 y su extraordinariamente rápida adopción, a esa velocidad se le agregó una volumetría “XXL”. Es como si un Scania avanzara a la velocidad de un auto de Fórmula 1 o como si un trasatlántico pudiera navegar tan rápido como vuela un jet. Una bola de nieve de mutaciones desmadradas que prometen arrasar con todo a su paso. Y, lo que es peor, va tan rápido que cualquier predicción corre de atrás.
Estímulos ilimitados, conexiones desbordadas, voces multiplicadas, deseos exagerados y posibilidades fragmentadas. Una ecuación que arroja como resultado euforias, exageraciones, exacerbaciones y un in crescendo de angustias, temores, frustraciones y malestar.
Incluso la alta educación comienza a ser cuestionada. En 2025, la empresa Palantir, uno de los gigantes tecnológicos norteamericanos, especializada en big data e inteligencia artificial, comenzó a reclutar alumnos directamente del colegio secundario.
Su planteo, novedoso y muy controvertido en la era ilustrada, era que no tenía sentido perder tiempo en estudiar cosas que cuando salieran de los claustros ya serían poco útiles.
Ellos les brindaban a los jóvenes un seminario de cuatro días a la semana de cultura occidental, historia y filosofía. Con eso, desde el punto de vista teórico, era más que suficiente para el mundo actual. El resto, toda experiencia práctica que conducía a la maestría de determinadas disciplinas bien concretas.
Palantir fue fundada, entre otros, por uno de los grandes íconos de la tecnología: Peter Thiel, quien fue socio y cofundador de PayPal junto con otro emblema tech: Elon Musk.
El propio Musk planteó en una larga, profunda y reveladora entrevista publicada a finales de noviembre pasado que “la inteligencia artificial y la robótica son como un tsunami supersónico” y que “están provocando el cambio más radical en la historia del ser humano”, lo que llevará a que muchas habilidades educativas y profesionales queden obsoletas muy pronto. En una versión más atemperada, dijo: “Yo no creo que ya no haga falta ir a la universidad. Pero si vas, será mejor que trates de aprender tanto como sea posible”.
El magnético misterio de la relación entre seres humanos y sus pretendidos clones artificiales es de larga data. Podríamos remontarnos al 1º de enero de 1818, cuando Mary Shelley publicó Frankenstein o el moderno Prometeo, que sería considerado el primer relato de ciencia ficción de la historia.
Desde entonces la seducción por crear máquinas que se nos asemejen y estén a nuestra voluntad, así como la pesadilla de su independencia vengativa, ha estado presente en el inconsciente colectivo de todas las épocas.
El tema es que ahora todo aquello ha salido de las novelas y las películas para adentrarse en la más realista de las experiencias prácticas. Además de las novias IA, el segmento de los robots sexuales es un nicho de mercado incipiente que no deja de crecer y se prevé que lo haga de modo exponencial en pocos años. Por supuesto, el negocio de los humanoides excede, y por mucho, el de los robots sexuales.
Al momento de anticipar algunas características de Optimus Gen 3, la nueva versión del humanoide de Tesla, Elon Musk dijo que “sería el mejor producto jamás inventado”. Esta versión integrará un nuevo sistema de manos con 22 grados de libertad (para mayor destreza humana) y capacidades de voz potenciadas por la IA Grok, permitiendo una comunicación fluida y natural. Se planifica que su precio resulte “accesible” (entre US$20.000 y US$30.000). Eso no es trivial. Se vincula no solo con la capacidad de producción a escala y la integración vertical, sino que hay una filosofía de masividad detrás. Musk pretende que sus humanoides se vuelvan omnipresentes, y para eso deberán costar “menos que un coche”.
El propio presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, está dispuesto a ayudarlo para que sus predicciones se concreten. Hacia fines de este año declaró oficialmente el lanzamiento de la Misión Génesis, donde el gobierno federal pondría foco en el desarrollo de la inteligencia artificial y la robótica a partir de 2026. En la declaración de la Casa Blanca se estableció el propósito del proyecto recordando que “desde la fundación de nuestra república, el descubrimiento científico y la innovación tecnológica han dirigido el progreso y la prosperidad de los Estados Unidos”.
Sobre la base de esa declaración se expresó que “Estados Unidos está en la carrera global por la dominancia tecnológica y el desarrollo de la inteligencia artificial, una importante frontera del descubrimiento científico y el crecimiento económico”.
Finalmente, la importancia estratégica de este nuevo proyecto, donde el gobierno federal concentraría recursos, se definió como “un esfuerzo histórico comparable a la urgencia y la ambición del Manhattan Project, que se instrumentó para lograr la victoria en la Segunda Guerra Mundial”.
La fecha elegida para el anuncio coincidió, quizá no casualmente, con el día que se publicó la mencionada entrevista de Elon Musk con el multimillonario indio Nikhil Kamath: el 24 de noviembre pasado. Un mensaje al mundo y, particularmente, a China.
En ese largo diálogo, que sería conocido como “las predicciones de Elon Musk”, el magnate de origen sudafricano vaticinó que “los avances en las interfaces neuronales y la IA harán que los videojuegos y el entretenimiento digital sean indistinguibles de la realidad física, llevándonos a un futuro inmersivo”.
A la hora de hablar de Neuralink, su compañía de chips cerebrales, dio otro de esos vaticinios que en el fárrago de noticias se pasó por alto, pero no debería ser desestimado. Indicó que, como es sabido, el primer objetivo de esta tecnología es provocar una disrupción en el ámbito de la salud. Se espera que el chip logre restaurar la funcionalidad del cuerpo en personas con lesiones en la médula espinal (parálisis) o daños neurológicos graves como el Alzheimer, el Parkinson, la demencia o la depresión severa.
Sin embargo, con toda la importancia que ya de por sí tendría esta nueva capacidad maquinal, el plan es ir mucho más allá. A largo plazo, según la visión de Musk, el chip funcionará como una “capa digital” que permitirá a los humanos alcanzar una simbiosis con la inteligencia artificial.
De ese modo se incrementarían exponencialmente la velocidad de procesamiento y la memoria del cerebro humano, llevando a la humanidad a un estado poshumano. Solo esos seres humanos potenciados, ampliados, expandidos por la tecnología serían capaces de competir con las habilidades y los talentos de la esperada IAG (inteligencia artificial general).
Esto aumentaría nuestra capacidad cognitiva, evitando que seamos relegados a ser, en sus propias palabras, “mascotas estúpidas” de la IA. Es decir que Musk ve y promueve a Neuralink como una herramienta esencial para la supervivencia. Predijo además que esta simbiosis con la IA será masiva, ya que cientos de millones de personas podrían tener implantes de Neuralink antes de 2045. Es decir, se cumpliría lo que el mayor futurólogo de la tecnología, Ray Kurzweil, predijo hace 20 años: la “singularidad tecnológica”, la fusión total de la carne y el silicio en una nueva especie que “seguirá siendo humana pero que trascenderá nuestras raíces biológicas, donde no habrá distinción entre humano y máquina o entre realidad física y virtual”. Y vaticinó que ese hecho trascendental para la especie humana sucedería exactamente en ese año: 2045.
Apenas unos días después de la entrevista de Musk y el anuncio de Trump, Bill Gates afirmó que “los avances en la inteligencia artificial harán que durante la próxima década los seres humanos ya no sean necesarios para la mayoría de las cosas”.
Con la Ilustración, el hombre se volvió autónomo, dueño de sus actos y universal. No solo pensó por sí mismo, sin tutelas ni mandatos de ningún tipo que le dijeran cómo tenía que ver el mundo, sino que además se atrevió a actuar en función de ese proceso de razonamiento.
“La Ilustración es la salida del hombre de la minoría de edad, de la cual él mismo es culpable. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! Esta es la divisa de la Ilustración”.
Con estas palabras, Immanuel Kant exhortaba al ser humano a crecer, a volverse un adulto a cargo de su destino. En este “mundo XXL” en el que hemos entrado de golpe y que avanza a velocidad “4X”, ¿tenemos alguna idea de hacia dónde estamos yendo? ¿Estamos pensando como adultos o como niños divertidos en un parque de diversiones?
¿Es tan buena idea acabar con la Ilustración cediendo el pensamiento por comodidad y confort a la inteligencia maquinal para dedicarnos al entretenimiento y la distracción, o se trata de un verdadero disparate?
En el Paraíso original, donde todo era abundancia y felicidad, Dios había permitido a Adán y a Eva comer libremente de todos los árboles del Jardín del Edén, excepto de uno: el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. Les advirtió que, si comían de él, morirían.
Como es sabido, la tentación fue más fuerte. Probaron la fruta prohibida bajo la promesa de que lograrían adquirir ese saber fundamental. Al comer, sus ojos se abrieron y se dieron cuenta de que estaban desnudos, sintiendo vergüenza. Esto marcó la pérdida de su inocencia y de su perfecta armonía con Dios.
El castigo por rebelarse y querer emular al Creador fue la expulsión del Paraíso. Se les impidió comer del Árbol de la Vida viviendo para siempre en un nuevo estado de pecado e imperfección. Perdieron además la inmortalidad potencial y ganaron el sufrimiento y la mortalidad.
Desde entonces, el hombre parecería haber luchado por recuperar aquellos tesoros míticos: la plena libertad, la felicidad, la abundancia y la inmortalidad. ¿Estará más cerca de recuperarlos de la mano de la “singularidad tecnológica”? ¿O, por el contrario, se esconde aquí, tras el cegador brillo del silicio, otro fruto prohibido?
Vaya paradoja: el primer libro de la Biblia, donde está detallado este relato tan arraigado en la historia universal de la humanidad que la signó para siempre, se titula Génesis.

