La FIFA, me asegura un especialista, “está completamente al tanto” de lo que sucede en Argentina con Chiqui Tapia, a quien Gianni Infantino abrazó ayer en Qatar, tierra de felicidad. Sabe también que el presidente de la AFA, investigado por la justicia, acosado por el gobierno, tiene apoyo masivo de sus clubes. Y no hablará sobre lo que, “al menos por ahora”, considera un “problema interno” (en un escenario complejo, porque menos de dos meses atrás, hasta su triunfo electoral, los escándalos jaqueaban al propio presidente Javier Milei). El éxito redime adentro y también afuera de una cancha. Argentina no es una Federación cualquiera. Es campeón mundial y tiene a Leo Messi. Tan poderosa como Brasil, donde la FIFA rechazó este año la figura de un interventor judicial en la CBF. La FIFA sí avaló la salida del presidente Ednaldo Rodrigues. Pero porque la CBF dispuso el recambio según su propio Estatuto. Escándalos al margen, me concede el especialista, la FIFA “jamás echaría del Mundial a la Argentina o a Brasil”.
La preocupación central de la FIFA estas horas en Qatar está puesta, en rigor, en las duras críticas que estallaron tras la tercera suba de precios de los boletos del Mundial, que, una vez conocido el sorteo, treparon (solo en primera fase) a 700 dólares por partido los más caros, 140 los más baratos. Mucho más que lo informado en el pliego de condiciones que permitió ganar la sede de 2026 a Estados, Canadá y México: 323 dólares los boletos más caros de primera fase, 21 los más baratos. Advertida de las críticas, la FIFA anunció ayer boletos especiales a 60 dólares. Pero serán apenas mil por partido para cada Federación. Algo así como el 1,6 por ciento del total. Y serán más caros que en Mundiales anteriores: 20 dólares costaban los más baratos en Sudáfrica 2010, 15 en Brasil 2014, 22 en Rusia 2018 y 11 en Qatar 2022. Para Qatar, hubo hinchas argentinos que compraron paquetes de 3.900 dólares para los siete partidos, hotel incluido. Hoy, dos partidos en Dallas están costando el doble. Solo dos. En muchos sentidos, la Copa 2026 marcará acaso el final de una era: la era de cuando, locuras incluidas, “era posible ir a un Mundial”.
El precio promedio de los boletos de primera fase de la Copa 2026 (estable solo hasta el 13 de enero) es hoy de 200 dólares. Sube a 237 en dieciseisavos de final, a 294 en octavos, 680 en cuartos y 918 en semifinales. La final, el 19 de julio en Nueva Jersey, trepará a 4.185 dólares el boleto más barato, 8.680 el más caro (el pliego original establecía precios de 128 a 1.550 dólares).
“La gran mayoría”, se quejó ayer mismo la agrupación de hinchas Football Supporters Europe, “tendrá que seguir pagando precios exorbitantes”. Acusó a la FIFA de “traición monumental”. “Demasiado poco y demasiado tarde”, añadió American Outlaws, de hinchas de Estados Unidos. “Como si fuera un concierto de Taylor Swift”, se lamentó un hincha inglés. Ya hubo boletos a 60 dólares en la primera tanda de venta. Eran poquísimos y se agotaron al instante. Esta nueva tanda, dijo ayer la FIFA, deberá ser asignada por cada Federación a “fanáticos leales que estén estrechamente vinculados a sus selecciones”. ¿Serán aquí para los barras? ¿Los mismos barras que muchos reclamaron cuando hacía falta el apoyo más granítico que tapó a las hinchadas rivales y empujó a la selección en Qatar?
La FIFA afirma que “reinvierte” los ingresos del Mundial para “impulsar” al fútbol masculino, femenino y juvenil de sus 211 federaciones afiliadas. Y se reivindica como una “organización sin fines de lucro”, lo que a su vez le permite generosas exenciones fiscales. La venta de entradas, igual que los derechos de TV y patrocinio de estadios, será toda suya, incluida la comisión del 15 por ciento en plataforma oficial y reventa. Asume, entonces, casi feliz la lógica del mercado estadounidense de “precios dinámicos” o “variables”, según la oferta (el partido Portugal-Colombia subió sus boletos a un récord del 514 por ciento). Precios inéditos en cualquier otra competencia de fútbol. Más caros también que la NBA y, en muchos casos, hasta del propio fútbol americano. Es la lógica del país-soccer. Sede del Mundial “más grande e inclusivo” de todos los tiempos, según dijo Infantino en una de sus tantas visitas a Donald Trump, el “Premio de la Paz” que recorta visas, persigue a migrantes y amenaza con invasiones.
“Es un gran error pensar en un torneo como una colección de partidos de fútbol”, escribió Sebastian Stattford-Bloor en The Athletic. “La magia reside en una comunidad que se reúne de todas partes del mundo cada cuatro años, quemándose al sol y emborrachándose, amando el fútbol y probando nuevas comidas, y haciéndolo todos juntos”. Pero la FIFA, añadió el colega, “dice ahora” a los hinchas “que formen una fila ordenada y saquen su tarjeta de crédito, o que se queden en casa viendo la televisión”.
Siempre habrá (así lo confirman las noticias) aficionados que pagarán oro por su boleto. El Mundial “es cool”. Pero el hincha de siempre está cada vez más exprimido. Más excluido. Para viajar a Estados Unidos o incluso a Santiago del Estero. Donde el sábado pasado un Racing todavía dolorido por la derrota en la final del Torneo Clausura dio un ejemplo distinto de “pasillo” que casi no tuvo prensa: formado y aplaudiendo a Estudiantes, el campeón “rebelde” de un país que, a veces, moraliza a través de una pelota de fútbol.

