A Claudia Sheinbaum le fascina hablar de “récords” o “máximos históricos”. Esta semana lo hizo de nuevo. Su gobierno, proclamó, había alcanzado el “registro más alto” en empleo formal. Y presumió la cifra exacta: 22 millones 837 mil 768 puestos de trabajo. Como en tantas ocasiones, tras la cifra triunfalista hay un desastre que la Presidenta no quiere ver.
Porque tiene razón, ese nivel de empleo sí es histórico. Lo que Sheinbaum ya no dijo fue que el récord anterior era de noviembre de 2024 y que pasaron 11 meses sin poder rebasarlo, cuando lo habitual son entre tres y cinco (tras el fuerte bajón estacional de diciembre que Sheinbaum, en otra fantasía, dijo que traerá más empleo este año).
¿Cuánto fue el empleo creado para alcanzar esa nueva cima? Oficialmente, 194 mil 130 trabajos formales, esto es, un aumento de 0.9%. Nada espectacular, aunque está a tono con un crecimiento de prácticamente cero (0.3%) que se espera para este año (ante eso Sheinbaum ha tenido como respuesta habitual que el crecimiento no importa).
Pero resulta que incluso esa cifra laboral está inflada. Desde el mes de julio, el Gobierno inició la incorporación de trabajadores de plataformas digitales (como Uber, Didi o Rappi) al Seguro Social. Al mes de noviembre habían quedado registrados como trabajadores formales 164 mil 205 personas que cumplían con tener un ingreso de por lo menos un salario mínimo (más de un millón no llegaron oficialmente a ese nivel). No son trabajos nuevos, sino informales transformados, gracias a un cambio legal, en formales. Por lo que los empleos realmente nuevos en los últimos 12 meses quedan reducidos a 29 mil 925, cifra que representa un irrisorio aumento de 0.1%.
Pero en la mente presidencial ha quedado implantada la idea que ha alcanzado un récord en empleo formal, y que sus políticas son, por ello, un rotundo éxito. Si conociera y sobre todo entendiera las implicaciones de las cifras, le sería claro que la situación es todo menos aplaudible –y que la responsable es ella. Porque ha seguido con las acciones de su padre político de exprimir al empresariado formal con mayores costos laborales e impuestos. No es casual que hay algo que sí está aumentando desde el segundo trimestre de 2024, tras 12 años de una tendencia a la baja: la proporción de trabajadores informales con respecto al total.
Un problema severo de Sheinbaum es su incapacidad para romper con el modelo económico de su predecesor. Una cosa era elevar con fuerza el salario mínimo cuando estaba en niveles ínfimos (e irrelevantes), otra es seguirlo haciendo cuando ya es una variable en las decisiones empresariales. A la Presidenta se le metió en la cabeza que un salario mínimo debe poder comprar 2.5 canastas básicas y es su meta para 2030. Para ello lo aumentará en promedio 12% anual hasta entonces (para 2026 fue 13%), una postura que ha hecho suya con entusiasmo, pero sin criterio, la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos. Los salarios aumentarán no porque así lo permitan las condiciones económicas sino porque así lo dicta la señora presidenta.
No se necesita adivinar el futuro sino simplemente contemplar el presente. Ante las continuadas embestidas demagógicas, los empresarios tienen tres opciones: subir precios, despedir (o dejar de contratar) trabajadores o pasarse a la informalidad. Lo más evidente hoy es lo segundo y tercero mientras Sheinbaum fantasea que sus políticas están rompiendo récords en creación de empleos.
