Valga la salvedad de rigor, este no es –ni lejanamente– un libro de autoayuda, aunque su título aluda, sí, a formas variadas de apego a sustancias, circunstancias y, eventualmente, personas. ¿Vicios? Quizás esa sería una categoría más acorde al tono confesional que se da en las páginas agridulces de este breve volumen; taxativamente “poco serias”, para evitar decir “cómicas”, porque hasta albergan cierta melancolía.
El volumen reúne a una decena de autores y autoras: la escritora Virginia Higa (“Oler y respirar": Adicción a las gotas nasales); el cineasta Mariano Llinás (“El síndrome de Simbad”: Adicción a la ruta); Carolina Unrein (“El departamento de Recoleta”: Adicción a los hombres); el novelista mexicano Juan Villoro (“El zumbido que no cesa”: Adicción a los mosquitos) Joana D´Alessio (“Fundido a negro”: Adicción a los somníferos); Cynthia Edul (“La secreta geometría del azar”: Adicción al juego) Javiera Pérez Salerno (“Un arroyo intermitente”: Adicción al celular) Alejandro Seselovsky (“Maneja ella”: Adicción a la cocaína); Nicolás Salvarrey (“Entre el placer y la compulsión”: Adicción a la pornografía); Luciano Lamberti (“Un mono encaramado en mi espalda”: Adicción al cigarrillo).
El libro de las adicciones es una pequeña maravilla de amables 16 x 12 centímetros portátiles y escritos eléctricos, en línea con lo que su editorial bautizó "Un relámpago de lectura"; nombre de la colección que ya lanzó dos gemas de misma familia: El libro de los elogios (2023) y El libro de las fobias (2024).
Bajo una fórmula clásica –autores hilvanados por un tema– en la comunión de registros aparece un subgénero raro, breve, corrosivo. Son textos fenomenales, por lo contemporáneos: “Escribir es angustiante y forzoso. Leer varias páginas seguidas es escarpado como escalar una montaña sin entrenamiento. Deslizarse por la pantalla es dejarse conducir por un carrito de golf a través de praderas mullidas” (Pérez Salerno). O por lo salvajes: “Una vez encontré restos de cocaína en la panza reseca de una cucaracha muerta. Tuve que darla vuelta para sacarla” (Seselovsky). O por lo psicológicos: “Descubrir mi semejanza con los mosquitos no me llevó a exonerarlos. Al igual que los perseguidores de ratas o termitas, la identificación elevó las condiciones de la presa y aumentó el deseo de combatirla ¿Significa eso que al matar moscos me corrijo?” (Villoro).
Aguafuertes, bombas polisémicas en primera persona que –ficticio o no– siempre parecen tener algo de autorretrato; difícil no reconocerse aquí o allá con algunas de las voces que hablan desde estas diez postales sobre síndromes de época. El libro de las adicciones es la tabla de los diez no mandamientos: diez visiones paganas que podrían ser el soundtrack de nuestro siglo.
El libro de las adicciones
Varios autores
Vinilo Editora
101 páginas
$ 18.000


