¿Hubo manipulación de la derecha en la protesta del Zócalo?
R. Desde una ventana absolutamente imparcial, le comparto que la protesta juvenil en el Zócalo fue real: miles de jóvenes salieron a exigir seguridad y denunciar la corrupción. Sin embargo, el gobierno acusó a la derecha de inflar la movilización con bots y simpatizantes mayores, buscando convertir un reclamo generacional en bandera política.
Lo cierto es que la indignación de la llamada Generación Z no necesita patrocinadores: nace del hartazgo frente a la violencia y la impunidad. Que después se sumen actores opositores no borra el origen ni la legitimidad del descontento.
La pregunta, entonces, no es si hubo manipulación —porque en toda protesta los partidos buscan capitalizar el momento—, sino si escuchamos la voz auténtica de los jóvenes. Esa voz reclama futuro, justicia y un país donde la política no se reduzca a acusaciones cruzadas.
La protesta del Zócalo fue un espejo incómodo: mostró que la juventud ya no se conforma con discursos y que, más allá de la disputa entre gobierno y oposición, la calle sigue siendo el escenario donde se mide la credibilidad del poder.
¿Por qué los relojes en los anuncios siempre están marcados a las 10:10?
R. Por motivos de mercadeo, ya que esta es una hora que “sonríe”. En publicidad, los relojes se colocan en 10:10 porque las manecillas forman una V abierta, como una sonrisa visual. Este gesto transmite armonía, optimismo y equilibrio. Además, enmarca el logotipo de la marca (que suele estar al centro) sin taparlo ni interrumpirlo.
También hay una razón emocional: las 10:10 evocan simetría y calma. No es una hora de prisa ni de sueño. Es una pausa elegante. En el fondo, los anuncios no venden sólo relojes: venden sensación. Y 10:10 es una forma sutil de decir “todo está en su lugar”.
¿Qué se siente al regresar a México después de muchos años fuera?
R: Depende si regresa porque quiere o porque lo regresaron. Si es voluntad propia se siente como abrir una caja de recuerdos que aún huele a casa. Regresar a México después de años en el extranjero es reencontrarse con sabores, sonidos y ritmos que el cuerpo no olvida. Pero también es enfrentarse a cambios: calles distintas, rostros nuevos, costumbres que evolucionaron sin ti. La emoción es compleja. Hay alegría, sí, pero también nostalgia por lo que ya no es igual. Uno regresa con ojos distintos, con preguntas nuevas, con una mezcla de pertenencia y distancia. Y, sin embargo, México siempre recibe. A veces con ruido, a veces con ternura, pero siempre con identidad. Volver no es repetir: es redescubrir.
¿Por qué nos duele tanto la muerte de un artista que nunca conocimos?
R. Esto se debe a que su arte nos acompañó en momentos íntimos. Cuando muere un cantante, actor o escritor que marcó nuestra vida, no lloramos al personaje: lloramos al vínculo. Su voz estaba en nuestra adolescencia, su película en nuestra ruptura, su poema en nuestra esperanza. En México, la farándula no es sólo espectáculo: es compañía emocional. José José, Chespirito, Juan Gabriel… no eran sólo famosos. Eran parte del hogar. Su partida nos recuerda que el tiempo pasa, que nosotros también cambiamos, que hay cosas que ya no volverán. Y por eso duele. Porque el arte, cuando es verdadero, se vuelve parte de uno.


